Demián Flores: destellos de un sincretismo

Germaine Gómez Haro | 2001

Desde sus inicios, el arte de Demián Flores (Juchitán, 1971) ha expresado las complejidades de su mestizaje cultural. En su constante vaivén entre Juchitán y el Distrito Federal, Demián ha tejido una intrincada red de referencias y analogías entre la tradición istmeña de su región natal y el ámbito urbano donde creció y se formó como artista. Su trabajo es un producto híbrido que refleja su tribulación por la supervivencia de las raíces zapotecas en un mundo cada vez más homogeneizado por la amenaza de la globalización.

Su pintura reciente es la crónica gráfica de una realidad que hoy se vive en todos los confines de nuestro país: la pérdida de identidad como resultado de la invasión mediática. Si en el siglo XVI la fusión de las culturas hispana y mesoamericana se dio por la vía de la destrucción sistemática del pasado indígena, a partir de la segunda mitad del siglo XX hemos sido testigos de otra suerte de colonización, consumada por el implacable bombardeo de imágenes emitidas del centro hacia la periferia, esto es, principalmente, de los Estados Unidos hacia el sur. Además del efecto abrumador de los medios electrónicos de comunicación en las zonas más remotas del país, en regiones como Oaxaca existe una profunda infiltración de la cultura norteamericana por medio de los innumerables trabajadores migrantes que viajan al país vecino en busca de mejores oportunidades, y en muchos casos, regresan a su terruño apabullados por el espejismo del american way of life.

Demián -él mismo, migrante a la capital defeña- es un agudo observardor de estos fenómenos socio-culturales y evoca en su obra reciente una síntesis visual de lo que, para él, significa la alienación y la crisis de identidad. Los procesos de aculturación y de occidentalización en las comunidades oaxaqueñas llaman fuertemente la atención de este artista, quien ha sido entre sus coterráneos, el único que se ha ocupado de estos tópicos. Por eso, hace unos años, el agudo crítico Robert Valerio lo llamó "el joven disidente del arte oaxaqueño". Desde sus inicios, Demián Flores desarrolló un estilo personal basado en el dibujo expresionista.


En su trabajo anterior, Demián ya ahondaba en los modos de expresión y de comunicación de la cultura zapoteca, y pergeñaba la transformación del imaginario indígena en una expresión sincrética que ha cobrado fuerza en las manifestaciones del pueblo. Actualmente, su repertorio icónico incluye imágenes emblemáticas del pasado prehispánico y de la cultura popular local e importada. Con ellas, elabora una aguda síntesis de formas y técnicas de expresión que bosquejan sus percepciones del tiempo y del espacio, para presentar el dilema de la asimilación de elementos foráneos y la deformación de los propios, lo que deviene una dialéctica de la enajenación y la apropiación. Para ello, utiliza un lenguaje post-pop urbano y recurre al procedimiento mecánico de trasposición serigráfica sobre el lienzo, una variación técnica de lo que, en su momento, hicieron los “padres” del Pop Art, Andy Warhol y Roy Lichtenstein.

Demián mezcla imágenes de choque y, a partir de la deconstrucción y decodificación icónicas, plantea la relevancia de la simbiosis cultural. Esta confrontación de imágenes -poderosas en su síntesis- atañe, a un tiempo, al orden perceptivo y al conceptual. Demián se ha despojado por completo del abigarramiento formal que caracterizaba su trabajo anterior, de ese horror vacui que surgía de la yuxtaposición de escenas superpuestas en infinitas capas translúcidas de pintura. Ha pasado del barroquismo a una suerte de minimalismo sobrio. A decir del artista, la organización del espacio en estos lienzos es una alusión directa a Monte Albán, una de las ciudades mejor trazadas de Mesoamerica. Ahora, sus composiciones son abiertas y aireadas, y sus figuras -finas, elegantes, casi etéreas- flotan en un espacio ajeno a la realidad, sobre un fondo totalmente recubierto de pintura dorada que provoca una extraña sensación de atmósfera mística.

La metáfora áurea funciona como hilo conductor de todas sus pinturas, a la vez que hace referencia a tradiciones ancestrales. El oro, considerado el metal más precioso, por su carácter solar, real y divino, es signo de la perfección absoluta. Cabe recordar que en la mitología prehispánica, era el excremento de los dioses que, al caer a la tierra, la fecundaba, haciendo posible la perpetuación del ciclo de la naturaleza. La cultura novohispana, marcada por destellos áureos, impulsó la creación de los retablos de madera recubierta de hoja de oro y la escultura estofada y policromada, como signos de ofrenda sublime al Creador. También remite al Tesoro de Monte Albán, el más rico legado de orfebrería en oro del pasado precolombino. La economía de elementos y la ausencia del color realzan su trabajo. La fuerza recae en las imágenes, distribuidas en planos arbitrarios que no obedecen a la perspectiva, ni a una escala dada.


El discurso pictórico de Demián Flores se ha sintetizado a lo sumo. Su voz es firme y directa, y sus imágenes, propositivas y contundentes. Con ello, se corrobora la máxima de Robert Browning: Menos es más.