Marta Palau: Una Varita Seca en la Tierra

Demián Flores | para la muestra de Marta Palau en el Palacio de Bellas Artes, México | Feb 2013

Testo de Demián Flores para la muestra de Marta Palau en el Palacio de Bellas Artes, 2013, México.


Se dice que los planteamientos estéticos de Marta Palau tienen que ver con primitivismos -tan señalados en las obras de numerosos artistas plásticos contemporáneos de aquí y de todas partes de occidente, que del mismo modo han desarrollado sus búsquedas artísticas en las culturas primigenias- así como con las cosmogonías, los mitos y creencias religiosas ancestrales.

Sin embargo,  hay que decir que el arte de Palau ha experimentado una trasformación de ánimo primitivista a una manifestación político-artística con carga emotiva de protesta, indignación y condena.

Quiero recordar lo que el maestro Francisco Reyes Palma dijo sobre la obra de Palau, que perteneciendo a una generación  de creadores identificados con lo latinoamericano, con un proyecto liberador, hicieron de su producción un amuleto resistente al  fetiche de las industrias culturales… Palau reintrodujo el tema de la funcionalidad artística a partir del chamanismo con sus artefactos mágicos, ceremoniales y religiosos.

Ciertamente, en las comunidades originarias, la religión y las creencias forman parte de la vida cotidiana, y los elementos naturales como la tierra, el agua, el rayo, son parte de su mitología y son respetados. De ahí el interés de Palau por la cosmovisión prehispánica, por los ritos y las ceremonias, por el arte primitivo de Baja California y los rituales arcaicos de donde surgen sus creaciones alusivas a las costumbres  tribales y primitivas, por ejemplo, el “ceremonial hopi de Arizona”, los kachines, que son espíritus bondadosos, representados por muñecas que me recuerdan a las panchayagas, también muñecas de madera con las que juegan las niñas juchitecas; y también las figuras de barro policromado llamadas tanguyú  que se obsequian en las bodas como recuerdo.

Las corazas, los recintos de materia sólida de Marta Palau, tienen su correspondencia en las figuras del Istmo de Tehuantepec señalados.

Los mitos y creencias de los pueblos primigenios de Baja California, las etnias de los cochimís, los cucapá, los kiliwas, los pai-pai, y los kumiai, guardan una similitud con las creencias cosmogónicas de los originarios istmeños, los zapotecas, y de los originarios de pueblos circunvecinos como los huavesy los ikoot de San Dionisio y San Francisco del Mar, en el sur del estado de Oaxaca.

Tránsitos de Naualli es el título de la exposición que hoy se presenta en este Palacio, y registra dos referencias lingüísticas bien conceptualizadas: tránsitos, que tiene que ver con la migración y Naualli que designa a la mujer que en la visión originaria de Baja California es la bruja, la hechicera y  también un espíritu protector. En la cultura zapoteca del Istmo, la Naualli tiene su correspondiente que se llama Bidxaa, que es la hechicera, la curandera con magia, hierbas y rezos.

Marta Palau establece una relación de determinadas formas arcaicas con problemas del presente, por ejemplo, la figura feminizada del chamán, la Naualli, la mujer con poder, representada en una escultura con hendiduras vaginales; o con una instalación textil o lienzo que cuelga como cascada de fibras y que recuerda el espléndido mural textil de henequén rojo y negro del catalán que fuera su maestro en Barcelona,  Joseph Grau Garriga. Pieza instalada en el museo Tamayo en 1981 con la participación de Palau. Este mural es el antecedente de los tapices-esculturas de esta artista como Alpha (1976), Máscara de Naualli (1989), y sobre todo Cascada(1978), que es una instalación y ambientación de tiras de nylon blanco transparentes que caen como un efluvio de luz, exhibido nuevamente aquí en Bellas Artes.

En la obra de nuestra artista, la materia que utiliza es fundamental y básica para lo que quiere expresar: fibras orgánicas, ayates, papel amate, hojas de maíz, varas,  breñas, cortezas y troncos de árbol, ramas secas, zacate, palma, yute, lana, nudos de lazos, todo que tiene que ver con materia orgánica.

Veo en las tramas naturales de Palau, en sus tejidos con fibras vegetales y sus objetos de tierra y  lodo, un trasfondo ecologista. Las manifestaciones artísticas de Palau  recuperan el “cambio de piel” del reino vegetal; es una recuperación de los desprendimientos terrenos para revivirlos en otro contexto. Hace, por así decirlo, de la naturaleza desprendida, otra natura que late en el espíritu de quien sabe apreciarla.

Marta Palau lanza un grito de regreso a la naturaleza, a lo primigenio, de respeto a la tierra, a la unidad perdida del hombre con el entorno, hace realidad lo que Paul Gauguin dice en sus escritos salvajes que “El arte es una abstracción que hay que sacar de la naturaleza, soñando frente a ella”.

Con el barro realiza esculturas y teje vegetales combinándolas con pinturas o armando esculturas que se salen de los cánones artísticos establecidos, y que me recuerdan  vivamente a experimentaciones del artista juchiteco Francisco Toledo en un muro de adobe y de relieves escultóricos  con figuras fálicas, vulvas,  protuberancias,  hendiduras,  y formas de representaciones sexuales que tituló El jardín de las delicias(1992), y que resultó un delirante mural efímero, pues en la primera lluvia torrencial que cayó sobre la ciudad de Oaxaca, el mural desapareció por completo.

Palau y Toledo comprenden que la tierra, el lodo,  el barro,  guardan la memoria pues ahí está el lugar de origen y surgimiento de la vida. La tierra se presta para indagar los orígenes y buscar recrearlos desde formas primarias hasta figuraciones de hombres y animales.

Los Nauallis (1990)  de Palau hubieran tenido un perfecto espacio en este Jardín de las delicias toledano: sexos femeninos, vaginas sin cuerpos,  fetiches de deseo.

Marta Palau al igual que Toledo hacen híbridos con los materiales que utilizan. Ambos tejen e hilan con palma y barro a raíces y arcilla, entrecruzan la alfarería con el tejido, hacen cestería escultórica.

Son muchas las analogías que se pueden encontrar entre las obras de estos dos artistas, porque finalmente, en Palau se hace extensivo lo que Carlos Monsiváis dijo de Toledo y que me permito pluralizar: no son artistas solitarios, pertenecen a un pueblo, a una estética… y a una historia.

Se ha dicho que Mata Palau tiene una incidencia constante de imaginería vaginal en sus esculturas, tapices y objetos; pues el oaxaqueño Toledo sería su correlato genérico opuesto, es decir la otra cara de la misma moneda, ya que tiene una incidencia constante de imaginería fálica en sus obras.

La obra de Marta Palau que tituló Migración, está  representada por cientos de pies que van caminando y que simbolizan a los migrantes que bajaron del norte hacia la península de Baja California en busca de una tierra para vivir, los anasaziy por el camino, dejaron huellas, pinturas; de estas tribus sólo quedan cinco etnias.

Este conjunto de pies da la noción de tránsito, migración, trashumancia, y tiene su equivalente sureña en la obra del artista oaxaqueño Alejandro Santiago.

En el año de 2007, en el Fórum de las Culturas  en la ciudad de Monterrey,  el artista oaxaqueño “sembró” 2,501 figuras humanas de tamaño natural, esculpidas en barro que llevó desde su natal Tecocuilco, como una manera de representar a todos los pueblos que se han quedado vacios de población pues han migrado debido a la miseria en que los ha sumido las políticas neoliberales de la globalización económica.

Recientemente, Marta Palau en una entrevista dijo “Me irritan muchas cosas: la injusticia, que vivamos en una frontera dividida por un doble muro, que a la gente que trata de ir a Estados Unidos para ganarse la vida trabajando en los campos sea tratada como asesina. En mi obra quiero hablar mucho de estos temas…”

La indignación de Marta Palau es la que tienen muchos artistas que no han cerrado los ojos a la violencia y al desamparo de mujeres,  y quieren dejar testimonio de su indignación por los terribles abusos contra migrantes y las mujeres en particular. De ahí el reconocimiento-homenaje que Palau hace a la naturaleza femenina y a la realidad que padecen. Las obras  que esta artista hace de su indignación, me recuerdan la obra de Teresa Margolles La promesa que es una imponente instalación sobre el sentimiento de soledad, inseguridad y vulnerabilidad de las mujeres migrantes víctimas de la violencia en Ciudad Juárez.

Marta Palau ha escogido a Baja California no sólo como su residencia, sino también ha adoptado la cultura ancestral de esta región como parte de su propia identidad, única forma de decir lo que expresa, habiéndose adentrado en la vida económica, social,  espiritual,  y cultural de la península.

Es revelador que en la anterior exposición en este mismo recinto en 1985, titulada Mis caminos son terrestres, se advertía la confluencia del arte de la instalación con un regreso a lo primordial, a la tierra originaria y ancestral, como una forma identitaria.

Pero hay que subrayar que Palau rechaza el indigenismo pictórico  como pretexto,  el cual utiliza el figurativismo alineado y alienante como incidencia folklórica sin aportación plástica y sí abona la visión redentorista del “problema indígena”, como lo llaman los políticos especialistas entendidos, o como bien apunta el periodista crítico Hermann Bellinghausen: el “problema” del indigenismo académico e institucional es ayudar  a bien morir a esos pueblos desvanecientes, expresión ésta del tipo National Geographic, pero que estos pueblos nomás no se desvanecen, sino que resisten.

Quiero referirme al interés fundamental que Palau ha tenido en la pintura rupestre de Baja California por los Anazai,  un pueblo de Arizona que emigró, y también por los códices prehispánicos, lo cual se advierte en exposiciones donde se mostraron piezas como Cueva pintada, (serie de 1995), Arte ritual de Baja California (1991),  Bastones de mando (1985) y otras, que tienen que ver con formas que provienen de las pinturas rupestres dejadas en cuevas de Baja California.

Estas pinturas tienen su correlato con la cultura zapoteca con las imágenes rupestres encontradas en un lugar llamado Cerro el Caballito en Yagul, cerca de la ciudad de Oaxaca.

En ambos casos es dable pensar que las figuras y pinturas arcaicas  fueron hechas en respuesta a una necesidad religiosa.

Sabido es que el arte primitivo de Oceanía, África,  India,  México… ha tenido influencia en artistas como Gauguin, Picasso, Matisse, Brancusi, Klee, Moore, Giacometti, Leger, Lamm, etc. y, desde luego, en Marta Palau, sólo que en esta artista creo que la influencia ha ido más allá de una mera “apropiación” de características para recrearlas en contenedores   destinados específicamente para galerías mercantiles y exposiciones comerciales.

Fue dicho en otro espacio que Palau se ha desprendido de los esquemas cerrados de técnica y género artísticos, recuperando la manufactura como elemento indisociable de la creación. Es cierto, las creaciones de Palau están emparentadas con una labor artesanal que rompe con la tradición al tejer pinturas, anudar esculturas, modelar cestería, envarar tejidos y tejer con raíces, yute y fibras, etcétera, toda vez que los materiales que utiliza, como anteriormente fue dicho, son orgánicos y naturales.

Desconozco la mitología de la cultura de Baja California, pero se ha dicho que la producción de Palau tiene mucho de ciertas prácticas de supervivencias asociadas a la magia, a lo mítico, porque como dijera Rita Eder “en el proceso de convertir los materiales en formas y significados, parecen salidos de alguna narración chamánica: mezcla de ritual, conocimiento y secreto… y una necesidad de lo primigenio con referentes culturales prehistóricos”. Lo anterior pareciera estar enunciando mucho del sustrato cultural de Oaxaca, por la variedad de etnias y lenguas que tiene, con una vocación artesanal, una cultura milenaria y un sistema religioso con gran contenido de magia y misticismo ancestral. Dicho sea lo anterior para afirmar la gran similitud que existe entre los fundamentos o cargas que tienen las creaciones de Marta Palau y muchas de las manifestaciones artísticas oaxaqueñas.

Es consabida la influencia del arte prehispánico que existe en la obra de Palau: ritos, leyendas, códices, creencias, que tienen su equivalente en la producción artística de algunos creadores oaxaqueños, no muchos ciertamente, por que los pintores  se han inclinado en recrear la flora y la fauna de las regiones de donde provienen. Pero ahí está Toledo que es el referente más conocido. Yo mismo he tomado algunas creencias antiguas, dichos y consejas, y mentiras de antaño para hacer versiones plásticas en grabados y en pintura.

Las obras de Marta Palau tienen un halo del misterio de lo simbólico. La crítica de arte Rita Eder dice que quien las observe con detenimiento advertirá la afición que tiene por las tradiciones herméticas y la alquimia. Y es cierto, ahí están las piezas del Altar de Naualli (1991), el Arte ritual de Baja California-códices (1997),  los Fetiches (1978), y Todas las guerras  (2003), donde su hermetismo revela un secreto que proviene de las tradiciones de la cultura ancestral de Baja California.

La misma crítica de arte citada dice que lo mítico en Marta Palau es semejante a lo que el poeta Octavio Paz dijo de Rufino Tamayo, en el sentido de que en el artista oaxaqueño existía una modernidad antitecnológica, que se vislumbraba moderna precisamente porque recurría a lo más antiguo, a lo que llamó sustrato mítico… que opta por encontrar nuevas definiciones de cultura.

Esta similitud no es sólo en formas, tiene escencialidades la crítica Ida Rodríguez Prampolini le dijo a Palau: “creo que sólo Francisco y tú son capaces de apoderarse del alma del objeto, del aura”. Así es. Yo no agregaría nada más. Gracias.

 

Febrero 2013.