Las tres palmadas

Miriam Mabel Martínez | Publicado en el catálogo Arena Tizapán, Galería El aire, Centro de arte, México | 2000

El dibujo es el hilo conductor de las escenas plásticas de Demián Flores. Una línea que viaja en el lienzo hasta la mirada del espectador. Ahí, en el cruce de miradas sucede el encuentro. Las córneas simulan un ring donde las pupilas forcejean con los colores y los trazos.

En la Arena Tizapán de Demián Flores no sólo luchas máscara contra cabellera o rudos contra técnicos, sino también medios formales y la experimentación de las posibilidades del dibujo, de las profundidades del campo, de las variantes del uso de la luz y sus posibilidades infinitas, quizá muchos de sus cuadros parezcan planos y es que la luz del istmo domina el paisaje urbano. Ese haz luminosos que tinde a aplanar y que sin embargo, ofrece una alternativa y propone otra manera de mirar. El volumen lo da la superposición de capas y de imágenes que son una variante del uso de la memoria (así como Proust juega con un elemento que conduce a otra escena y está a otro tiempo), como la misma cronología, como la historia de la ciudad. Un recuerdo se sobrepone a otro, una imagen se trasluce en otra y de pronto observamos fragmentos, obsesiones, ojos, cuerpos, calles, películas, cuentos. Un color, una sombra, una línea, el resquicio de un cartel..un mapa del que desconocemos la nueva planeación de las calles aunque ya la hayamos recorrido.

En la serie Arena Tizapán confluyen los diferentes Méxicos, unos a colores otros blanco y negro, esos Méxicos escondidos…Se trata de una metáfora de las mil máscaras, sin caer en la pretenciosidad de hacer una reflexión o un estudio analítico sobre la personalidad y carácter del mexicano. Aquí no existe la teoría, la –muchas veces impostada- actitud de querer psicoanalizar cada trazo y cada momento histórico, como si el desmembramiento de una realidad y su análisis metodológico fuera suficiente. Aquí existe una propuesta formal que es el vehículo para llevarnos, a una reflexión que parte tanto del conocimiento como de la intuición, pero sobre todo de la experiencia. Vivir la realidad, quitarle de vez en cuando esas comillas que para Nabokoy son inherentes. En las pinturas de Flores luchas el México rudo contra el técnico, las leyendas urbanas contra los mitos, los milagros religiosos contra la violencia…Todos contra todos. La Arena Tizapán es una metáfora de un país, de un territorio donde todo es posible.

Este trabajo es una especie de continuación en el plano formal de la serie pictórica Sedimentos, en la que el autor empieza a experimentar con los carteles, jugando con lo gráfico para acercarse a lo plástico, no como simple pretexto sino como un ejercicio que abre opciones y que se dirige a la concretización de un estilo original que ya desde hace mucho se aleja de otros artistas. Demián Flores es una especie de exiliado de su tiempo y de su geografía. Poseedor de una mirada privilegiada, ha aprendido el mundo con los ojos, un universo en el que convergen el paisaje juchiteco con sus colores, canciones y texturas, y el horizonte urbano atestado de ruidos, de tonalidades diversas. No es un repetidor ni copista de la plástica oaxaqueña, ni un “artista“ conceptual pendiente de la moda. Es un pintor y grabador, es un artista que investiga y experimenta, que trabaja y traduce lo que su instinto, sus emociones y su razón observan. Su pintra es una expresión vital de lo que contempla, visiones contundentes y evidencias de la vista.

Los carteles de la lucha libre son vestigio de la gráfica popular, esa que se pierde entre el poste y la pared., son un diálogo con la ciudad, con la memoria del transeúnte, con la furia y la incertidumbre de cada uno de nosotros. Como si esta ciudad fuera impermeable al tiempo. Después, encima otros elementos: rostros, topografías, cuerpos..Y en esta situación de imágenes emerge un espacio en el que el espectador es también un héroe anónimo.

Quizá porque Demián Flores ha crecido entre dos tierras existe constantemente en su obra una dualidad: ya sea luz y sombra, vida-muerte, lo urbano y lo campirano (ignoro el término exacto para nombrar el paisaje oaxaqueño), lo místico y lo terrenal, el bien-mal…ahora rudos y técnicos que pelean en un ring y que metaforizan lo que el artista observa, lo que la realidad le muestra aún entre líneas.

De pronto, los cuadros se revelan en un pequeño golpe de estado y cobran vida propia. Dentro del lienza las imágenes y superficies encimadas luchan entre sí, como los recuerdos contra el olvido. La memoria perdida regresa y reconocemos iconos de la cultura popular. Se trata del Santo luchando contra las mujeres vampiro, de Blue Demon, de el Huracán Ramírez y de sus símil escondidos en los rostros de los vecinos o en nuestro espejo.

Esta serie –conformada por 16 piezas en temple sobre tela-, son sólo una parte de un mural fragmentado…un rompecabezas, en donde cada pieza es una unidad y a la vez forma parte de un todo. Una variante estructura: un proyecto polifónico. Como Rayuela de Julio Cortazar. Y el espectador tiene la posibilidad de distintas lecturas, en las que él mismo puede estar en el ring o en el público. Una alegoría del país de las mil máscaras, de las mil realidades encimadas tratando de ocultarse una a otro y en ocasiones intentando arrancarle la máscara al otro y conocer los gestos y facciones que hay detrás. Lienzos que evocan, también, otros tiempos, en los que retozan lo popular, lo intrínseco, lo obsesivo, lo concreto y la imaginación. Simulaciones. Espacios en los que el límite es la atmósfera. Mapas en capas. Estratos de piel. Temple sobre Temple. Ciudades encimadas. Rostros anónimos. La lucha existencial de lo cotidiano.

Esta muestra es sólo un fragmento de la serie total (conformado también por 40 grabados). Arena Tizapán es la metáfora de un país que vive “las tres palmadas“ de la tercera caída. Nadie sabe quién será el ganador.

 

 

 

 

 

Publicado en el catálogo Arena Tizapán, Galería El aire, Centro de arte, México, 2000.