Aztlán: Demián Flores, el grabado y la verdad.
Linda Atach

Aztlán es el título de la más reciente exhibición de la obra gráfica y videos de Demián Flores (Juchitán. Oaxaca 1971). Inaugurada el pasado miércoles en el Museo Carrillo Gil, junto con Microscopías, -una exploración de las relaciones de la ciencia con algunas obras de arte abstracto pertenecientes al acervo del museo-, conformará durante los próximos dos meses, la nueva propuesta del museo.
La inquietante y atractiva visualidad de Flores vindica el tema central de Aztlán: la revisión de las relaciones de los mexicanos post-nacionales, -los mexicanos que viven fuera de México y privativamente, los afincados en los Estados Unidos- con los hechos que nutren la política y las fuerzas opuestas que conforman a la sociedad mexicana. Inspirándose en la discrepancia, y aún más, en el olvido del que han sido objeto los mexico-americanos, la obra elabora una suerte de lamento, un réquiem por la interacción de los compatriotas separados por los límites geográficos de las naciones. Con un estilo que podría rayar en un neo-pop con tintes del cómic y las evocaciones a un nacionalismo explícito en la fuerza identitaria de los orígenes prehispánicos, el artista oaxaqueño denuncia el racismo, las punitivas leyes de inmigración, la diferenciación en las oportunidades, los servicios y las posibilidades de trabajo de los mexicanos y de los latinos con respecto a los nativos de aquel país.
Investigador de las posibilidades de la gráfica digital, Flores materializa estos discursos a partir de la experimentación, y si bien alude a la tradición del grabado, las posibilidades en la obra del juchiteco se expanden en una derrama de técnicas científicas que por incidir dramáticamente en la profundidad de la línea, la magnificación de las texturas y el uso del cromatismo nos engaña y nos hace sentir que estuviéramos ante un acrílico o un óleo.
Dibujante antes que colorista y decido actor social, Demián Flores encabeza lo que hoy empieza a reportarse como la nueva escuela oaxaqueña: una visualidad que se fundamenta en los imaginarios prehispanizantes sumados a las realidades en las que vive el mexicano y el ser universal: la oferta despiadada de los entornos comerciales, el deporte y las dinámicas desenfrenadas de la violencia. Con una selección de grabados en diversas técnicas, Aztlán edifica los conceptos de marginación y opresión, habla de la desesperación de un grupo negado, un efecto de la descomposición actual: realidades poco atendidas y tan urgentes. Como expositor de la cada vez más extinta práctica del arte para la denuncia social, Flores levanta la voz: hay que escucharlo.