Reflexiones acerca de una imagen de Demián Flores para reivindicar la tolerancia...Imágenes talismán y sus cifras ocultadas...

Pablo J. Rico | May 2009

Reflexiones acerca de una imagen de Demián Flores para reivindicar la tolerancia… Imágenes talismán y sus cifras ocultadas…

Por Pablo J. Rico



La imagen creada por Demián Flores está inspirada en una de las ilustraciones del llamado Códice Ríos, también conocido como Códice Vaticano A, exactamente en su folio 54r. Se trata de una representación del cuerpo humano asociado al calendario sagrado Tonalpohualli y sus divisiones astrológicas. Este calendario azteca ritual se registraba en el tonalamatl (libro de los días), a partir del cual un sacerdote extraía horóscopos y predecía los días propicios y nefastos del ciclo. La estructura (similar a la desarrollada mucho antes por los mayas, y probablemente heredada de estos a través de los toltecas) comprendía un año de 260 días, a cada uno de los cuales se asignaba una fecha por la combinación de uno de los veinte signos de los días y un número del uno al trece, representado por puntos, de modo que era imposible confundir dos días del ciclo anual. El almanaque estaba compuesto pues por veinte trecenas, es decir 20 semanas de 13 días.

El antecedente más conocido de este calendario sagrado lo encontramos en la cultura maya. El nombre maya de este ciclo sagrado de 260 días constituido por veinte trecenas (o trece veintenas) es el Tzolkin —“la cuenta de los días”. El Tzolkin se utiliza aún en las comunidades indígenas del altiplano guatemalteco y el estado de Oaxaca. Desconocemos cuál fue la primera cultura mesoamericana que desarrolló el calendario, aunque en los últimos años se han planteado sugestivas intuiciones e interpretaciones. Las estelas más antiguas que fechan los acontecimientos empleando este calendario datan de la época zapoteca en Oaxaca (500 a. C.), por ejemplo en Monte Albán. También se han encontrado referencias más antiguas aunque imprecisas en San José de Mogote (Oaxaca) y en la región olmeca del Golfo de México: glifos que parecen datar o presagiar acontecimientos…

Este calendario no tiene relación concreta con ningún ciclo astronómico ni geofísico conocido, si bien se han planteado diversas teorías al respecto. La más simple de todas ellas atribuye su origen a la especial significación que tenían para los mayas (y sus antecedentes) los números 20 y 13: base de su sistema de numeración y número de niveles del cielo, residencia de los dioses. Barbara Tedlock sugiere que el Tzolkin está relacionado con la gestación humana contándose el tiempo transcurrido entre la última falta menstrual y el parto; incluso se ha especulado que el ciclo de 260 días fue establecido por las matronas para predecir la fecha del nacimiento.

A estas alturas hay que señalar que el primer interés de Demián Flores por esta ilustración fue estrictamente “artístico”, es decir visual. Para quienes tienen una “memoria artística” resultan obvias ciertas analogías formales y compositivas con una de las imágenes más reconocidas creadas por Leonardo Da Vinci: “El hombre de Vitruvio”. Este dibujo se ha convertido en un auténtico símbolo de valor universal ya que sintetiza muchas de las ideas claves del pensamiento humanista desde el Renacimiento: el hombre medida de todas las cosas, la belleza ajustada a cánones, equilibrio, proporción, etc.

El dibujo de Leonardo parece responder perfectamente al esquema descrito por Vitruvio: "... y también el ombligo es el punto central natural del cuerpo humano, ya que si un hombre se echa sobre la espalda, con las manos y los pies extendidos, y coloca la punta de un compás en su ombligo, los dedos de las manos y los de los pies tocarán la circunferencia del círculo que así trazamos. Y de la misma forma que el cuerpo humano nos da un círculo que lo rodea, también podemos hallar un cuadrado donde igualmente esté encerrado el cuerpo humano. Porque si medimos la distancia desde las plantas de los pies hasta la punta de la cabeza y luego aplicamos esta misma medida a los brazos extendidos, encontraremos que la anchura es igual a la longitud, como en el caso de superficies planas que son perfectamente cuadradas"

Todo esto viene a cuento de uno de los problemas básicos de la geometría y las matemáticas desde la antigüedad: representar la cuadratura del círculo, es decir representar, “cifrar” y descifrar el mundo material conocido, un universo expandido en círculos concéntricos, un mundo realmente en tres dimensiones que sin embargo se medía, formulaba y modulaba en series numéricas lineales… En las hermosas propuestas formales de Vitruvio y Leonardo, y más concretamente en este dibujo que se guarda en la Galería de La Academia de Venecia, hemos querido ver y encontrar las claves de este cifrar el universo en series numéricas y figuras geométricas, no sólo materialmente sino sobre todo espiritualmente. En ellas hemos querido reconocer los números irracionales “pi” y “fi” que utilizamos tanto para resolver la representación de cualquier línea o superficie curvas como para “prever” el desarrollo armónico del universo a partir de su “proporción aurea”, por ejemplo.

Llama la atención sin embargo cierto “error” intencionado o no que se desprende de la figura creada por Leonardo según las instrucciones de Vitruvio. El cuadrado definido por la altura del hombre de Leonardo no tiene como centro su ombligo sino su sexo… Es el círculo tangente a la base de este cuadrado, y que se extiende hasta la punta de los dedos de sus brazos elevándose, el que tiene como centro el ombligo del hombre “modulor”. Interpreto en esta “anomalía” que Leonardo o Vitruvio querían decir que el diámetro de este círculo “universal” no es exactamente la estatura del hombre, es decir sus límites materiales de pies a cabeza, sino su “altura potencial”, hasta donde deseamos elevarnos y extendernos… Así pues si elevamos los brazos del hombre de Leonardo nos encontramos con su “altura ideal” más real, valga la paradoja, y al tiempo el diámetro de su círculo de influencia, un círculo que ahora sí tiene como centro su ombligo. Un ombligo a partir del cual nos conectamos con el universo, una especie de placenta universal inmensa e indeterminada a la cual nos sentimos conectados por el invisible cordón umbilical de nuestros sentimientos, nuestros anhelos…

Seguramente fueron puras analogías formales entre “el hombre de Leonardo” y la ilustración del “Códice Ríos” las que llevaron a Demián Flores a proponer como imagen de la tolerancia su “humúnculo”. Su personaje es una afortunada simbiosis del saber espiritual y el sentido humanista de dos culturas tan distantes como dotadas de su propia idiosincrasia. De una parte la occidental del hombre renacentista ocupado en descubrir racionalmente la realidad material de su mundo sin dejar por ello de dar sentido espiritual a su materia invisible; y de otra las culturas originales precolombinas creando sugestivas analogías e interconexiones entre sus creencias sagradas y sus evidencias naturales: los ciclos de la vida, de la naturaleza, los astros, prever su destino y avatares. Demián Flores interpretaba en ambas ilustraciones que el ser humano “espiritual” es el centro sagrado del universo, quien da sentido a su mundo conocido, incluso invisible. Su personaje sería algo así como un icono humanista desde el que refundar una nueva estirpe de seres libres que basan su existencia individual y convivencia colectiva tanto en el respeto a su diversidad identitaria, en su tolerancia, como en su condición fraternal, hijos de una misma MATRIA universal.

Es curioso y hasta sorprendente como ciertas analogías visuales, formales, que en principio no tienen significados comunes, evocan y despiertan otras nuevas y fascinantes interpretaciones, nuevos significados que dan sentido a nuestra existencia y a nuestra imaginación creativa… Es como si se atrajeran e imantaran gracias al poder incontenible del destino, ese proceso generalizado de seducción en el universo que todo lo hace posible aun sin querer, inconscientes… Así interpreto la “intuición” artística de Demián Flores y la mía propia al relacionar ––cuando vi por primera vez su proyecto original–– aquellas figuras “modulares” del “Códice Ríos” y el “hombre de Leonardo”.

La síntesis visual de las dos imágenes originales nos lleva a considerar una tercera “imaginada”, inventada. Los veinte signos astrológicos del calendario sagrado Tonalpohualli alrededor de la figura humana parecen constituir una especie de círculo semejante al que delimita la figura del “hombre de Leonardo”. Las líneas que señalan la relación entre estos signos zodiacales aztecas con distintas partes del cuerpo humano refuerzan esta apariencia como si fueran los “radios” de un círculo mágico astrológico cuyo centro fuera el ser humano y más concretamente su ombligo. Así, el hombre representado en el calendario sagrado sería el “módulo”, su unidad esencial… Al ser el Tonalpohualli un calendario de 260 días, y veinte sus signos zodiacales, el módulo central representaría el número primo multiplicador, el mínimo común múltiplo, el 13. Es decir la “unidad” es el 13…

Y aquí se multiplican de nuevo las maravillas de las analogías y sus mensajes ocultos. En la Cábala judía cada letra representa un número; si sumamos los números de la palabra UNO en hebreo nos da como resultado 13… Para muchas culturas el trece es un número “clave”, revelador, llave maestra para desvelar múltiples secretos ocultos, verdades “sagradas” que confirman el carácter trascendental —más allá de lo meramente físico y material— del universo y todo lo que en él se contiene. Parece ser que está relacionado con lo cósmico y astrológico: en realidad los signos del Zodiaco son 13, ya que Géminis es doble; también trece son los ciclos lunares de 28 días que constituyen un año solar en el calendario Dreamspell, acaso más preciso que el calendario Gregoriano… El número 13 es lunar, femenino, sin duda; así como el 12 es solar, masculino.

Para los masones el trece es el número de las grandes transformaciones y grandes cambios, de algún modo el símbolo de la vida eterna. El dólar norteamericano es un buen ejemplo de este “decir” y “saber” ocultados; algo obvio dada la fundación del nuevo estado y sus símbolos por fracmasones e intelectuales humanistas que ocultaban su saber y creencias en imágenes y cifras. Por ejemplo, en la parte posterior del billete de un dólar —la imagen más vista, a la vez menos “leída” de la cultura visual estadounidense— podemos ver el águila blanca “agarrando” por un lado 13 flechas y por otro una rama de olivo con 13 hojas y 13 frutos; la coraza del águila es un escudo con 13 barras y sobre su cabeza reconocemos una aureola-constelación de 13 estrellas, por cierto componiendo una estrella de David, la formada por dos triángulos equiláteros invertidos atravesándose superpuestos; al otro lado del águila vemos la pirámide escalonada que lleva hacia el conocimiento gnóstico, simbolizado por el gran ojo que todo lo ve y mira a lo lejos —la pirámide tiene 13 escalones o peldaños… Y como slogan central: ONE —uno— es decir trece… Qué curioso que para unos —quizás entre los más sabios— el trece signifique unión (simbolon), sea un número “clave” que une… y para otros —la mayoría indiferenciada— signifique lo contrario, implique desunión (diábolon), fatalidad negativa… En alemán, por ejemplo, del trece se dice “Dreizhen its des Teufels Dutzend” (trece es la docena del diablo)…

El folclorismo numérico cristiano supone que la fatalidad del trece proviene de la misma Cena Santa con trece comensales, antesala del sacrificio y muerte de Jesús… Ha sido tal la histeria desatada con el trece en nuestra era que se evita en muchas series corrientes: por ejemplo en las filas de asientos de los aviones, en muchos hoteles o rascacielos no existe el piso 13. Algunos personajes se refieren a él como 12+1, otros evitan casarse cualquier día trece (y si es martes peor). De echo existe una fobia al número trece —triscaidecafobia—, como existe otra al 666, o número de la bestia, desde luego mucho más difícil de escribir y sobre todo pronunciar correctamente de un tirón: hexakosioihexekontahexafobia… En el mismo Código de Hammurabi se omite el número 13; la Muerte es el número XIII del Arcano Mayor del Tarot (la única lama que no viene “nombrada”) —aunque no se trate de una carta de por sí “mala”, ya que anuncia transformación y cambio, a nadie le gusta que la muerte le venga a visitar antes de tiempo, incluso a su tiempo, ¿no? Bueno, en México la muerte es otra cosa —es tan dulce…

Creo que independientemente de las interpretaciones más supersticiosas, por muy distintos motivos y felices coincidencias, el número 13 es un signo afortunado que cifra y ensambla el proyecto de Demián Flores, su mensaje de tolerancia universal. De una parte tiene que ver con las culturas antiguas precolombinas que constituyen el sustrato fundacional de México; de otra reafirma y consolida su significado trascendental positivo de la mano de la Cábala judía… Además, y esta es una coincidencia afortunada imprevista, ¡la altura del mural propuesto es de 13 metros! ––“peces lleva cuando el río suena”, dice el dicho popular…

El personaje “reiventado” por Demián Flores es un poderoso talismán contra la superstición y la irracionalidad, condiciones necesarias entre otras en donde se cultiva la intolerancia y la violencia, los fanatismos de todo tipo. Reinventar un ser humano espiritual como medida modular de un mundo sin violencia al que aspiramos es un acto radicalmente comprometido con la vida, con la naturaleza y sus misterios, con la humanidad como fraternidad universal… El personaje de Demián Flores es de la especie de imágenes que pertenecen nada más ser inventadas a la Historia del Arte… Como el “hombre de Leonardo”, su homenaje a Vitruvio, el gran arquitecto que soñó en crear una arquitectura espiritual sostenida por un hombre espiritual módulo y medida del universo. Son estas imágenes únicas y memorables las que necesita hoy el mundo para creer; para crear hay que creer, por supuesto…


Oaxaca-Ciudad de México, 14 de mayo, 2009